Abrazando árboles para Pascua
by Bishop Joensen | April 24, 2025
Durante la Cuaresma, me he basado en un par de guías de reflexión de varios autores conectados con las lecturas diarias de la Misa. Ellos han inspirado mi oración personal y me han ayudado a inspirar algunas de mis homilías. Pero debo admitir que me quedó un sabor amargo el Miércoles de la Cuarta Semana cuando un autor, al reflexionar sobre Isaías 49:13a, “¡Cielos, griten de alegría! ¡Tierra, alégrate! Cerros, salten y canten de gozo,” que nos motivaba en la sección de “Hacer” que seguía de la reflexión: “Todos los días: sal a caminar, abraza un árbol, escucha el canto de los pájaros, huele una flor, canta una canción.”
Agh. La mayoría de estas actividades me parecen valiosas y son consistentes con un tipo de espiritualidad contemplativa con sabor franciscano, EXCEPTO el abrazar un árbol. Probablemente sea demasiado equipaje personal por haber crecido como un muchacho en los sesentas y los setentas, ya que el abrazar árboles me recuerda mucho con una cultura hippy “buena onda,” o incluso un estado mental causado por las drogas. Ah, tengo un primo en Oregón que es un ambientalista apasionado y respeto su fervor y estoy de acuerdo con él en muchas cosas que tenemos que hacer para proteger la creación, pero no puedo decir que Dios juega una parte importante en su ecuación. Él es un tipo de Juan Bautista naturalista, cuyo enojo se despierta pronto y luego se tranquiliza cuando sale a caminar al bosque. En mi mente, él es el abrazador de árboles consumado.
Conforme la Cuaresma llega a su fin frente a los tres días sagrados previos a la Pascua, hay un árbol que nos sacude y nos silencia, ante el cual los sacerdotes deben quitarse los zapatos en reverencia y ante el cual todos estamos invitados a postrarnos y a adorar: el árbol de la Cruz de Cristo. El Viernes Santo, una de las antífonas que se sugiere que cantemos dice, “Adoramos tu Cruz, Señor, alabamos y glorificamos tu santa Resurrección, porque he aquí que por el madero de un árbol ha llegado la alegría al mundo entero.”
Ya sea que toquemos, besemos, nos postremos o abracemos la Cruz, exponemos nuestros corazones y reconocemos al Salvador que no se aferra a su propia gloria divina, pero se vacía a sí mismo en nuestra humanidad. Jesús permite que el pecado lo sofoque, que ate sus manos y sus extremidades cuando la madera de la cruz se convierte en una tarima de sufrimiento que carga con el peso de la indiferencia cruel y callosa del mundo ante quien concede todos los dones, ante aquel por quien se han creado todas las cosas.
El admirar y abrazar esta Cruz con el Salvador quien se eleva ante nosotros, no es algo para los faltos de valor. Estamos comprometidos por nuestros propios pecados personales que causan dolor a los demás, pero no debemos paralizarnos por la vergüenza. Debemos motivarnos más allá de nuestros propios reproches que nos convierten en un agujero negro de enojo, auto contemplación e incluso desesperación. Jesús voltea a ver a su Padre por nuestro bien suplicando su perdón y luego fija su tierna mirada con todos aquellos cuya fe los llama a permanecer presentes en él durante su Pasión.
Y si estamos habitual y místicamente inclinados a contemplar el Crucifijo diariamente, nos es una exageración el sentir que Jesús se inclina para abrazarnos como lo hace con San Bernardo en la conmovedora imagen de Francisco Ribalta que cuelga del Museo del Prado en Madrid.
Pero Jesús fue crucificado una sola vez y para siempre; él ya no está en la tumba, sino que ha resucitado de entre los muertos en la mañana de Pascua. En la rica reflexión sobre el amor de Cristo en la que me he inspirado para esta columna, el Papa Francisco reconoce, “nos preguntamos cómo es posible relacionarnos con el Cristo vivo, resucitado, plenamente feliz, y al mismo tiempo consolarlo en la pasión.” Él nos aconseja, “Consideremos el hecho de que el Corazón resucitado conserva su herida como memoria constante, y que la acción de la gracia provoca una experiencia que no se contiene enteramente en el instante cronológico” (Dilexit nos, “Nos amó,” n. 155). La fe llena de Gracia que se expresa por un corazón que ama más allá del entendimiento natural de nuestra mente.
Misteriosamente, esta es una de las pocas situaciones de vida en donde podemos combinar dos aspectos contrarios, el sufrimiento y el gozo se juntan cuando el tiempo y el espacio se rinden ante el Misterio Pascual de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo. El Papa Francisco continúa: “Las separaciones temporales que nuestra mente utiliza no parecen contener la verdad de esta experiencia creyente donde se funden la unión con Cristo sufriente y a la vez la potencia, el consuelo y la amistad que gozamos con el Resucitado” (DN n. 156).
Este año, el Martes de Cuaresma, el 22 de abril, coincide con la 55va edición del Día de la Tierra, cuyo tema es. “Nuestro Poder, Nuestro Planeta,” enfocándose en aumentar la dependencia en energía renovable. Tal ocasión busca celebrar: “Celebramos esta realidad transformadora: que ya contamos con las soluciones necesarias para crear energías limpias, barata e ilimitadas para todo el planeta por medio de tecnologías renovables solares, eólicas y otras.” Ciertamente, como habitantes de Iowa, sentimos el dominante potencial de la energía eólica extenderse por la pradera, siempre y cuando puedan moderarse y que no se afecten violentamente como lo fue por los tornados del año pasado que derrumbaron varias turbinas de aire.
Enfrentados a una mentalidad naturalista en donde Dios es opcional o que incluso representa a un molesto intruso, los cristianos dedicados y comprometidos con el Espíritu de Cristo Resucitado que transforma a las personas humanas y, ciertamente, a todo el cosmos en una nueva creación, nos son personas irritables o gruñonas, sino que están permanente mente esperando que se libere el gozo de la Cuaresma. Antiqua et Nova, “Viejo y Nuevo,” una nota respecto a la Inteligencia Artificial por parte de los Dicasterios para la Doctrina de la Fe y para la Cultura y la Educación del Vaticano, considero, reproducen efectivamente el Día de la Tierra en una Tierra bañada en luz más comprensiva.
La nota sostiene que, “En una relación adecuada con la creación, por un lado, los seres humanos emplean su inteligencia y habilidad para cooperar con Dios en guiar la creación hacia el propósito al que Él la ha llamado, mientras que, por otra parte, el mismo mundo, como observa san Buenaventura, ayuda a la mente humana a «ascender gradualmente, como por los distintos escalones de una escalera, hasta el sumo principio que es Dios.’” La inteligencia humana supera la IA en la capacidad de las personas plenas se involucran en la realidad en la “totalidad del ser: espiritual, cognitivo, corporal y relacional.” (AN nos., 25, 26).
El prospecto de vivir personalmente la verdad, la bondad, la unidad y la belleza que trasciende cualquier calculadora de distribución binomial. Este es preeminentemente el caso en el evento de la Resurrección de Cristo que los profetas y Jesús mismo anunciaban pero que cuando se confrontaba con evidencia, la ignoraban los fariseos, sacerdotes y escribas en su escepticismo. Y esto es algo triste, porque el negar o ignorar la Pascua es rebajar o incluso rechazar nuestra esperanza del gozo eterno. Porque la verdad de que Jesús vive, para no morir nunca más, es la clave de acceso que interpreta toda la realidad, atrayendo todas nuestras experiencias hacia el ambiente del amor duradero y salvador de Dios.
“La inteligencia es nada sin deleite” afirma el poeta Paul Claudel (AN núm. 28). El hacer el acto de la fe Pascual en el Señor Resucitado que permanece entre nosotros en el sacramento de toda la creación, en personas guiadas por el Espíritu, en la Iglesia, es el mayor acto que pueden entender nuestros intelectos. Son el preludio al mismo gozo familiar de los discípulos que encontraron a Jesús vivo luego de su muerte.
Este es un misterio que vale la pena contemplar, pero que eventualmente necesitaremos levantarnos y hacer algo – tal vez salir a caminar, admirar y oler las flores primaverales, o cantar una canción. Más aún, ofrecer una frase o un gesto de amor a alguien cuyo sufrimiento reprime su gozo. Para empezar, hoy y todos los días de la temporada Pascual, voy a comenzar abrazando un árbol – el árbol de la Cruz de Cristo.
¡Felices Pascuas, aleluya, aleluya!